Historia

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Breve historia de Peñaflor

Peñaflor, por su localización geográfica en la llanura aluvial del antiguo Baetis, muy próximo a su margen derecho y cercano también a las primeras estribaciones de Sierra Morena, se encuentra en una situación privilegiada que ha hecho que esta localidad haya tenido una historia larga y fructífera, sobre todo en épocas antiguas, como se irá viendo a lo largo de este breve estudio.

Si necesita más información y detallada puede visitar la web de turismo y cultura del Ayuntamiento de Peñaflor

Información Turística Peñaflor

La situación anteriormente descrita hizo que Peñaflor tuviera un poblamiento bastante antiguo. Los datos de mayor antigüedad que tenemos son del periodo Neolítico, concretamente unas hachas de mano pulimentadas, de aproximadamente unos 4.500 años a.C. Sin embargo se puede afirmar, aunque sin datos arqueológicos que lo confirmen, que la zona fue habitada durante el periodo Paleolítico debido, precisamente, a esa localización a la que hemos hecho mención, y a que se encuentra en una zona del valle o depresión que no fue muy afectada por las transgresiones marinas en las épocas interglaciares.

El siguiente periodo del que tenemos datos más o menos directo es el Bronce, considerando dentro de este la tradicional etapa calcolítica. En este periodo, aproximadamente del 3000 al 1000 a.C., se empieza a utilizar el metal, se mejoran las técnicas agrícolas y las influencias externas a la península se hacen más evidentes. En este momento, tanto pueblos autóctonos, cuando conocieron las técnicas metalúrgicas, como pueblos orientales que ya las dominaban, y que penetraron desde el sudeste peninsular por el valle del río Genil (principalmente los elementos que representaban a la cultura del Argar) se extendieron por toda la zona en busca de los ansiados metales, principalmente el cobre, del que tan rica es la zona. Se tiene datos sobre pequeños yacimientos en Almenara y de esta misma época es el rico yacimiento de Setefilla, tan cercano a la localidad que estamos estudiando, y que se interpreta como una escala dentro del paso natural para atravesar Sierra Morena, que se convierte desde esta época en una zona altamente interesante por su riqueza en metales. Por lo tanto, Peñaflor sería un núcleo más de unja serie de asentamientos cercanos a la sierra y que contaba además con la ventaja de la fácil comunicación que suponía la vía fluvial del Guadalquivir.

Los orígenes de la ciudad romana de Peñaflor, la llamada Celti, no están muy claros pues las excavaciones realizadas no se han detectado con total exactitud, aunque si se pueden suponer con poco margen de error. Esos orígenes se pueden situar en la época de las colonizaciones históricas, también llamada prehistoria, en unas fechas que irían desde el año 1000 al 700 a.C.

En esa época el comercio en el Mediterráneo experimentó un gran auge por la actividad de griegos y fenicios, y son estos últimos los que mayor contacto toman con la costa andaluza y posteriormente con el interior del Guadalquivir a través del cauce del río, y precisamente esa mayor actividad comercial unida a los factores que anteriormente mencionamos de la riqueza agrícola y minera, produciría la aparición o el crecimiento de un núcleo pequeño anterior, que con el paso de los siglos se convirtió en el oppidum de Celti, un puerto comercial intermedio entre los de Sevilla y Córdoba, en lo que sería una ruta comercial de vital importancia para los fenicios y la población autóctona por lo que supone de fenómeno de aculturación.

Coincidiendo con estas etapas se sitúa el fenómeno tartésico que se conforma como una civilización original resultado de la fusión de las tradiciones de la época del metal con las aportaciones orientales, por lo que podemos decir que la que seria la Celti romana fue con bastantes probabilidades, un pueblo tartésico y cuando esta civilización se fue degradando hasta aparecer la conocida etapa turdetana o ibérica, en un marco más general, el poblado va transformándose en la forma que otros muchos asentamientos, es decir, manteniendo algunos rasgos anteriores y viéndose afectado por una serie de movimientos de pueblos que se produce en esta época. De esta época se conservan fragmentos cerámicos (decorados con bruñidos y pintura) que confirman, aunque escasamente todavía, lo anteriormente expuesto.

Posteriormente, la zona se vería influenciada por la penetración de tribus indoeuropeas, más conocidas tradicionalmente como Celtas, procedentes de la zona occidental de la meseta y que vendrían atraídas por la riqueza de la zona. A estos indoeuropeos se debe casi con total seguridad el origen del término Celti, puesto que una población formada por estos indoeuropeos, cosa menos probable pues fueron desplazados a la zona de la sierra por la penetración cartaginesa durante el siglo IV a.C. , o el recuerdo de su estancia en la zona, algo mucho más verosímil, fue el motivo de que los nuevos colonizadores romanos le concedieran ese nombre.

Las excavaciones realizadas desde hace unos años en la zona de la Viña van descubriendo la estructura urbana del oppidum (ciudad con murallas) de Celti. Su localización es la más lógica para aprovechar las condiciones más positivas de la comunicación fluvial, para resguardarse de los elementos negativos de la cercanía del río y para encontrarse bien comunicada con la zona de la sierra. Si la villa se situaba aquí las necrópolis o cementerios se encontraban fuera de la zona amurallada, en la parte baja del actual pueblo (cerca de la plaza) y en la zona que se orienta hacia la sierra (en el antiguo camino de Sevilla). Además se sabe que el abastecimiento de agua se hacía mediante una conducción o acueducto desde Almenara. De esta época es bien conocido por todos que se conservan infinidad de restos: tumbas, ajuares, mosaicos, restos de columnas, tanto fustes, como capiteles o basas, monedas, inscripciones epigráficas, etc., que demuestran la importancia de la época romana en la zona.

Pero antes de pasar a analizar este momento histórico hay todavía que aclarar un punto: la localización de Celti. Los autores clásicos y especialmente Plinio en su itinerarium la sitúan como el primer núcleo perteneciente al conventus o jurisdicción de Hispalis, pero su descripción no ha sido interpretada siempre de la misma forma y así se ha localizado Celti en zonas serranas ( cerca de la Puebla de los Infantes, de las Navas o de Constantina) pero tanto por los datos que nos aporta Plinio como por los restos y las estructuras urbanas que han ido apareciendo en las excavaciones realizadas tenemos que afirmar, sin lugar a dudas, que la Celti romana estaba situada en la Peñaflor actual.

Para analizar estas época lo primero que hay que destacar es la importancia agrícola y minera de la zona, como vemos una constante de su historia. Esta riqueza junto a su situación estratégica, fue haciendo que Celti se convirtiera en un puerto importante que sirviera para dar salida a toda la producción de la zona próxima, una producción donde destaca por su importancia la de aceite. De esta forma Celti se convirtió en uno de los puntos en el importante comercio fluvial que se producía en el triángulo Córduba-Astigi-Hispalis, a pesar de la construcción de calzadas entre esas ciudades. Muestra de esto es la producción alfarera que es importante por los restos locales, principalmente el horno alfarero conocido popularmente como "la Botica", construido con fragmentos de ánforas, y otros que se debían haber encontrado cerca del río por los restos que se han hallado. También esa importancia viene dada por los restos de ánforas que gracias al comercio de aceite fueron llegando a Roma y se acumulaban en el monte Testaccio. Allí se han descubierto marcas de alfareros (que normalmente se encontraban en lasa asas de las ánforas) de Celti, concretamente las de la marca Trebii.

Serán precisamente estas actividades económicas las que irán dando a Celti una serie de rasgos que muestran cada vez más su romanización como lo demuestran las excavaciones arriba mencionadas, donde se observan dos niveles; uno turdetano-romano (republicano) de los siglos I y II a. C. donde se transformación la ciudad prerromana con algunas estructuras nuevas y el nivel alto-imperial (siglos I y II de nuestra era) donde el cambio es mayor pues se construye un foro, o centro cívico típicamente romano, que muestra, como un símbolo, la transformación producida por la influencia latina.

Lo que podríamos llamar la culminación social de todo este proceso, la podemos encontrar en la figura del flamen (sacerdote del culto imperial) Flabio, conocido por una inscripción honorífica, perteneciente a una estatua, encontrada en Córdoba y en la que se nos informa que el tal Flavio ocupó ese cargo entre el año 215 y el 216 de nuestra era, que pertenecía, por clientela lógicamente, a la tribu Galería y que era hijo de un celtitano (Marco Basíleo). La importancia de este dato reside en que sólo los personajes con un gran prestigio en la provincia podían acceder a este cargo y esto nos hade pensar el alto grado de romanización que, al menos, algunas familias de Celti habían alcanzado.

El fin del dominio romano tiene que ver también con la crisis que su sistema socioeconómico experimentó durante todo el siglo III. La decadencia agraria y comercial afectaría a Celti gravemente lo que unido a la progresiva desaparición de las estructuras de poder de origen romano por las invasiones de los pueblos europeos y del norte de África, reflejaría un cuadro de gran decadencia sólo salvadas por las villae o "cortijos" de la época que presentaban una dispersión de los restos por zonas más ruralizadas. De esta forma, la presencia de la siguiente etapa histórica del dominio visigodo está atestiguada en Peñaflor por la aparición de ladrillos decorados con temas típicamente germánicos.

Como ocurre en otros muchos lugares esta etapa histórica es la más oscura en la historia local por la escasez de fuentes con la que se cuenta. Como es lógico pensar, los musulmanes llegarían a esta zona camino de la antigua Astigi a mediados del 711, quedando, como otras muchas villas y ciudades, bajo su dominio.

El dominio musulmán se caracterizó en general por su tolerancia a otras religiones, especialmente la cristiana, siempre que se cumplieran ciertas reglas. Esta situación se mantuvo salvo en una serie de etapas de mayor intransigencia Musulmana o de ciertos sectores de los dirigentes cristianos mozárabes, que podríamos llamar estrictamente ortodoxos, que no estaban dispuesto a limitar la demostración de su fe. En este contexto de intransigencia por ambas partes se encuentra el fenómeno de los mártires voluntarios de mediados del siglo XI, que tiene en Peñaflor un acontecimiento fundamental de su historia pues los Santos Mártiles Críspulo y Restituto fueron aquí martirizados, y cuenta la leyenda que la sangre que derramaron hizo brotar una flor en una piedra o peña por la que el nombre del pueblo proviene de este hecho. No sólo es importante el acontecimiento por este motivo, sino que, presumiblemente en el lugar del martirio se levantó una de las construcciones más originales del lugar: la Ermita troglodita de los Santos Mártires.

Otro dato aislado con el que contamos para esta época es el origen peñaflorence de un importante personaje en la medicina andalusí y musulmana: Avenzoar (1091-1161). Este personaje era hijo de uno de los médicos del rey taifa sevillano Al-Mutamid y destaca por haber escrito un tratado médico el "Teisir" y por haber sido maestro del filósofo musulmán Averroes. La ciudad musulmana se encontraba ya en otro lugar que la romana, quizá por un desplazamiento ocurrido en la etapa de transición visigoda, en concreto con lo que hoy se conoce como "morería" y contaba con un castillo cuyos restos de murallas aún se pueden observar.

El final del dominio musulmán de Peñaflor está, lógicamente, relacionado con la conquista del valle del Guadalquivir por Fernando III a mediados del siglo XIII, entre la conquista de Córdoba (1236) y la de Sevilla (1248), y concretamente, por lo que veremos más adelante, en 1240. La zona se le otorga a la orden de San Juan del Hospital de Jerusalén, en concreto, Almenara, Setefilla y Lora. Más adelante, en 1249, tras la conquista de Sevilla y como recompensa a la ayuda que la orden le prestó al rey, también se le concede a dicha orden los castillos y villas de Malapié, Algarín, Alcolea y Peñaflor. De esta manera tenemos enmarcada la etapa repobladora durante la segunda mitad del siglo XIII bajo la dependencia de esa orden militar. En este momento podemos situar la construcción de la torre o atalaya de la ermita de Villadiego que cumple una función defensiva dentro de un sistema de vigilancia, para evitar incursiones musulmanas del reino de Granada, del territorio, que estableció la orden de San Juan para cuidarlos a ella encomendados y del que también formaría parte el castillo de Almenara. Aparte de su función hay que destacar también su estilo mudéjar por los elementos constructivos empleados: ladrillo, arcos apuntados y de herradura, etc.

Durante el comienzo del siglo XIV, Peñaflor sufriría los vaivenes políticos del comienzo de este crítico siglo y, con bastante probabilidad, pasaría la jurisdicción de realengo en uno de los muchos intentos de los reyes de reforzar su autoridad. Sin embrago, durante el reinado de Alfonso XI (1312-1350) la villa de Palma del Río y otros lugares fueron concedidos por el rey al almirante micer Egidio Bocanegra (1342). Uno de sus sucesores tomó los apellidos de su madre, hermana del señor de Moguer, Pedro Portocarrero. A la muerte de aquella heredó el señorío de Palma y Moguer, al que fue obligado a renunciar recompensándole en 1444 con el señorío de Hornachuelos, Peñaflor, Posadas y Santaella, junto a otros beneficios. Posteriormente, se le concedió también el señorío de la Puebla de los Infantes junto a otras mercedes. Este personaje era Don Luis de Portocarrero, fundador del convento de San Luis del Monte, acontecimiento que analizaremos más adelante. Unos años después su hijo fue nombrado Conde de Palma por la acumulación de beneficios que había conseguido su predecesor.

La fundación del convento franciscano anteriormente mencionado se realizó en una fecha significativa, 1492, debido a que el hijo de D. Luis Portocarrero y D.ª Francisca Manrique, señores de Palma, había sido contagiado de un brote de peste del que fue salvado por el padre franciscano Fray Juan de la Puebla y en agradecimiento, D. Luis fundó el convento, bajo la advocación de San Luis de Tolosa, en un lugar de la sierra cercano a Palma, La Puebla y Peñaflor.

Durante estos dos siglos, Peñaflor experimentó la evolución típica de una zona rural que se puede resumir en un desarrollo agrícola amparado en la expansión económica que supuso la colonización del nuevo continente descubierto y en una serie de etapas de crisis, acentuadas en el segundo siglo, que harían que ese posible desarrollo, se convirtiera más bien en un estancamiento general. De la etapa expansiva que pudo ser el siglo XVI no se cuenta con datos, pero sí del siglo XVII.

Durante el siglo XVII Peñaflor experimentó un estancamiento democrático y económico puesto que se compaginaron etapas de cierto crecimiento con momentos críticos, por epidemias, por malas cosechas o por los continuos resellos inflacionistas y deflacionistas de la moneda de vellón, que hicieron a la población sufrir más inseguridad económica que la que ya de por sí les ofrecía la naturaleza, especialmente en la década de los ochenta.

La situación jurídica de la villa tiene una laguna de información de 1444 a 1626, durante esta etapa posiblemente Peñaflor seguiría bajo la dependencia de los señores de Palma, sin embargo entre noviembre de 1626 y enero de 1627, Felipe IV, siguiendo su política de hipotecar su patrimonio real y de adquirir fondos de la forma que fuese, para salvar la apurada situación en que se veía inmersa la monarquía española por la guerra de los Treinta Años, enajenó sus rentas y jurisdicción en beneficio de Don Rodrigo de Cañaveral y Cárdenas. Unos años después, entre 1627 y 1653 sin una fecha concreta, esa jurisdicción fue vendida por Don Juan Antonio y Don Alonso de Cañaveral y Cárdenas a favor de D.ª Leonor de Guzmán, marquesa de Almenara. Finalmente en 1653 la villa fue vendida a Don Antonio de Henestrosa, un importante noble ecijano, con lo que de esta forma tenemos ya a Peñaflor, desde mediados del siglo XVIII, bajo la jurisdicción de la familia Fernández de Henestrosa, marqueses de Peñaflor.

Este siglo es el mejor estudiado de la historia del pueblo por dos motivos principalmente. El primero, porque nos encontramos con unas fuentes documentales abundantes, variadas y ricas en información, así, por ejemplo, el Archivo Parroquial y el Municipal es cuando empieza a tener una información más serieda, se encuentra con la rica información del Catastro del Marqués de Ensenada y con varios censos y padrones del pueblo. El segundo motivo es lo sugerente que aparece el siglo pues es cuando Peñaflor se hace con lo más valioso de su patrimonio: la Iglesia parroquial, el Convento y las Casa Consistoriales, lo cual puede ser reflejo de un cierto despegue económico. La situación jurídica de la villa no experimenta cambios importantes, excepto que en 1786 se nos informa que pertenece a la jurisdicción real de la Chancillería de Granada, aunque todavía los señores de la villa mantenían ciertos privilegios importantes, que hicieron no disminuir su influencia en el pueblo. La evolución demográfica durante este siglo es de crecimiento moderado más rápido en la primera mitad y más comprometido por diversas crisis en la segunda.

Económicamente, Peñaflor, como otros lugares rurales, experimentó un cierto crecimiento agrícola, pero más por la disminución de etapas críticas, exceptuando los primeros diez años, la década de los sesenta y la de los ochenta, y por unos mayores preciuos de la tierra y de los productos agrarios que por un crecimiento económico continuo y unas mejoras en los sistemas de explotación de la tierra. Estos seguían, según el catastro, siendo tradicionales con cultivos que dejaban descansar la tierra uno, dos y hasta tres años antes de una nueva cosecha. El principal cultivo era el cereal, principalmente trigo, algún cultivo de huerta junto a los cauces del río y arroyos que lo permitieran, no existía viñedo y muy poco olivar. Junto con el predominio agrícola, también era destacable el papel de la ganadería, principalmente la ovina. También había producción harinera en tres molinos: la Aceña, propiedad del marqués, otro situado en el Retortillo, del que era propietario Don Antonio de Córdoba Lasso de la Vega, vecino de Sevilla, y un tercer molino situado en el arroyo de las Moreras del que era dueño Don Francisco Cañaveral, vecino de Córdoba. Además de estos molinos harineros, existía otro aceitero, desde 1750, situado en la calle Río.

La situación social de Peñaflor durante este siglo, y posiblemente desde el XIV, tras el reparto repoblador, se puede resumir de una forma: predominio absoluto de personas dedicadas a la agricultura, predominantemente no propietaria jornalera po pegujalera (pequeños arrendatarios) como nos lo refleja el catastro de 1752 o el Censo de Floridablanca de 1787. Junto a ello los artesanos estarían poco presentes, representados por los oficios más necesarios: herreros, zapateros, carpinteros, tejedores o molineros, como se nos informa en el catastro. Finalmente, el sector de servicios también seria escaso. De la presencia noble sólo se nos informa en el padrón de 1718 de la existencia de uno y durante el resto del siglo ya no vive en el pueblo ningún hidalgo más. El clero aumenta su presencia a lo largo del siglo, sobre todo el regular, por la presencia desde mediados de siglo del convento de San Luis del Monte en la villa, puesto que el secular mantiene, con poca variación, su número.

Se ha dicho también que este es el momento de la construcción de los principales edificios del pueblo. Comencemos a analizarlos por orden cronológico.

El Convento de San Luis del Monte se traslada desde su emplazamiento serrano a la localidad por la influencia de la familia protectora del convento, los marqueses de la villa, que ceden unos terrenos en la antigua ermita de Jesús Nazareno. El traslado se decide en 1731 y las obras comienzan en 1750 durando hasta 1766 fecha en que se acaba el retablo. Se trata de una típica iglesia conventual con una sola nave y gran espacio dedicado al coro. El convento sufrió las amargas experiencias que para estas instituciones supusieron los sucesivos intentos desamortizadores, hasta que la comunidad desapareció de la villa hacia 1840.

Las Casas Consistoriales, hoy Casa de la Cultura, experimentan un tortuoso camino de proyectos de obras hasta que en la década de los años sesenta están casi completamente terminadas. Es un edificio civil típico con dependencias, como el pósito, que hacen ver su función pública.

Finalmente, la Iglesia parroquial de San Pedro Apóstol. La primitiva Iglesia de estilo mudéjar, según las noticias que se tienen, se vio muy afectada por el terremoto de Lisboa de 1775, lo que provocó unas obras de urgencia poco después. Sin embargo, no fueron suficiente y en 1778 Pedro de Silva realiza otras de remodelación del edificio. Definitivamente, tras la inspección realizada por el arquitecto Antonio de Figueroa se expuso la necesidad, tanto por cuestiones de espacio para enterramientos como lo ruinoso de la antigua iglesia, se decide construir una nueva fábrica incluyendo calles y casas próximas lo que provocó una serie de pleitos con los afectados y mientras duraron las obras el culto se trasladó a la ermita de la Encarnación. Las obras a cargo de Figueroa y del maestro ecijano Antonio Caballero, se interrumpieron de 1788 a 1794, tras concretar el retablo mayor. Finalmente, la obra la retoma el arquitecto diocesano José Echamorro terminándose en 1801 e inaugurándose la Iglesia en una ceremonia en la que asistieron los señores marqueses de la villa. La Iglesia es una obra arquitectónica y artística importante que tiene sus puntos culminantes en la planta de Figueroa, la portada de Caballero y la torre de Echamorro.

Durante el siglo XIX, Peñaflor va a experimentar una serie de cambios importantes, que aunque no cambien su estructura socioeconómica si van a modificar su situación. Demográficamente, hasta 1850, experimenta un crecimiento, comprometido por unos inicios muy difíciles y por una serie de epidemias infantiles, como las viruelas, y de cólera en 1834.

En 1808, durante la Guerra de la Independencia, se afirma que la Junta de Peñaflor, dependía de la de Palma del Río y Córdoba. Sin embargo, en 1810, conquistada la zona por los franceses, pasa a depender del Corregimiento de Lora, con lo que, por primera vez, Peñaflor pasa a pertenecer a la provincia de Sevilla, cuando antes siempre había pertenecido al antiguo reino de Córdoba y al arzobispado de Sevilla. En 1812, tras la expulsión francesa, se vuelve a la situación anterior a 1810 y en 1814, intentando hacer olvidar lo ocurrido, se procura reponer el concejo existente en 1807, lo cual realiza el marqués, a pesar de que la población no estuvo muy de acuerdo y se concentró en la plaza en cabildo espontáneo y abierto. Para finalizar con este tema decir que, definitivamente, Peñaflor pasa en 1834 a pertenecer a la provincia de Sevilla.

Peñaflor en el siglo XIX, desde el punto de vista económico y, por tanto social, la situación seguiría siendo parecida a la del siglo anterior. Sólo la aparición del ferrocarril en la década de los cincuenta pudo dar al pueblo un nuevo recurso y una nueva vitalidad, que se demuestra con la implantación en la villa unos años más tarde, 1878 , aunque las obras comenzaron en 1870, de la conocida "Fábrica" de harina, aunque en ruina total, como uno de los edificios más emblemáticos de la localidad. La situación jurídica sufre una serie de cambios importantes.

Por último aportar algunos datos curiosos como que el correo se recibe dos veces por semana desde Écija; que existen tres fuentes de agua potable de las que la Hortichuela es la mejor y una fuente de aguas minerales sulfurosas llamada de la Laguna, entre otros manantiales. 

Sobre el siglo XX, cabe destacar en 1919 la unión matrimonial entre Blas Infante y la peñaflorense Angustias García Parias.

También, en 1924 el incendio de la fábrica de harinas, tras el que se debe reconstruir. 

Comienzan las obras del Canal del Bajo Guadalquivir en 1940, con mano de obra de presos políticos del recién creado "Servicio de Colonias Penitenciarias Militarizadas", de ahí el nombre con el que también se le conoce: Canal de los Presos. Este canal empieza en Peñaflor, en una presa de derivación ubicada en el río Guadalquivir.

Ya en la segunda mitad de siglo, tienen papel protagonista la fundación de los poblados de colonización: Vegas de Almenara (proyectada por Jesús Ayuso) y La Vereda (diseñada por José Luis Fernández del Amo), con motivo de la creación de la zona regable del Bembézar, revitalizando así la agricultura y la economía de local. Estos poblados de colonización fueron campo de experimentación para arquitectos y artistas jóvenes del Movimiento Moderno, por lo que son de gran interés arquitectónico y urbanístico.

Desgraciadamente la fábrica, tras el abandono definitivo de su actividad en 1963, sufrirá otro incendio en 1980 que la deja en su estado actual.